Hemos llegado a los 40 años de ser llamados por Dios, a ser Cursillistas y de formar un gran Movimiento de Cursillos de Cristiandad.
Al llegar a esta fecha tenemos que dar gracias a Dios, a La Virgen María, Madre del Amor Hermoso, que como buena Madre, guía nuestros pasos.
Cómo no recordar a aquellos sacerdotes que fueron nuestros asesores espirituales, quienes fueron los que trajeron el Movimiento de Cursillo de Cristiandad.
A los presbíteros José Novato Martín García, Arcado Valero, Felipe Sanz y Agapito Muñoz y a todos los Directores y Asesores espirituales de las diferentes Escuelas y Ultreyas de nuestra Prelatura.
El primer Cursillo de Cristiandad de varones se realizó en nuestra Prelatura el 22 de Marzo de 1968, en la Casa de Retiros de Ñaña y no precisamente en Cañete, siendo su coordinador Wilfredo Marquina – El equipo estaba integrado por Luis Lévano, Luis Mulanovich, Luis Ramírez y Luis Tapia.
Este primer cursillo contó con 24 participantes: De Matucana (12) San Vicente (5) y de Yauyos (7).
Los Directores Espirituales R.P. Arcadio Valero, (Párroco de Matucana) y R.P. José Novato (Párroco de Huangascar).
El primer cursillo de cristiandad de mujeres se organizó en la Casa de Formación de Lunahuaná del 21 al 24 de Julio de 1971, cuando ya se habían realizado 5 cursillos de hombres.
Este primer equipo de mujeres estaba formado por Ivette de Lira como coordinante, Olga Zegarra, Clara Vázquez, Ana María de Bellatín, Carmen de Macera, Hilda de Miguel y Mary Chinchay.
Los Asesores Espirituales fueron el R.P. José Novato y Felipe Sanz. Participaron 26 mujeres; de Lunahuaná (4) de Pacarán (4), San Vicente (10), Mala (7) y Matucana (1).
Los primeros equipos de cursillos eran formados con el apoyo de grupos de Lima; recién los primeros coordinantes de nuestra Prelatura se hicieron cargo a partir del cursillo Nº 13 de varones y Nº 7 de mujeres.
Desde esa fecha de 1968 hasta la actualidad ya se han realizado 58 cursillos de varones y 49 cursillos de mujeres. Los frutos conseguidos gracias a Dios, han sido abundantes.

Esta era una vez un hombre que quería seguir a Jesús y alcanzar a través de este servicio el Reino de los Cielos.
En un sueño profundo, aquel hombre quiso entrevistarse con Nuestro Señor, y le indicaron el camino del bosque. A poco andar encontró a Jesús y le expuso sus intenciones.
Nuestro Señor lo miró con inmensa ternura, luego desprendió del suelo un árbol joven pero alto, y le dijo: «Recorre el camino de tu vida con esta cruz al hombro y así alcanzarás el Reino de los Cielos».
El hombre inició su camino con gran entusiasmo y lleno de buenas intenciones, pero rápidamente cayó en cuenta que la carga era demasiado pesada y lo obligaba a un paso lento y en algunos momentos doloroso. En una de las oportunidades en que se dispuso a descansar se le apareció el mismísimo demonio, quien le regalo un hacha, ofreciéndosela convincentemente sin condiciones. El la aceptó, pensando que cargarla no constituía un mayor esfuerzo y considerándola una herramienta de mucha utilidad en su cada vez mas difícil camino. Pasó el tiempo y el hombre mantenía su propósito, aunque nublado por el cansancio y angustiado por la lentitud de su marcha. Entonces, bajo otra forma, volvió a aparecer el demonio y, aparentando buena disposición de ayuda, lo convence de usar el hacha para recortar un poco las ramas. ¡Que distinta se sentía la carga, que sensación tan agradable experimento el hombre al reducirla!
Al pasar algún tiempo, volvió a sufrir el peso agobiante de su cruz y pensó que si recortara otro poco la carga no cambiaría en nada su gran misión y más aún, con ello apresuraría su llegada al encuentro con Jesús; así que volvió a usar su hacha. De allí en adelante continuaron los recortes, hasta que el árbol se transformó en una hermosa cruz preciosamente tallada que colgaba de su cuello y causaba la admiración de todos. La cruz no tardó en convertirse en una moda, luego vino la fama y el reconocimiento, y adicionalmente un caminar de gacela hasta el Reino de los Cielos.
Alcanzado el final del camino el hombre muere. En medio del esplendor celestial, distingue un hermoso castillo, desde una de cuyas torres Jesús en Gloria y Majestad se dispone a recibirlo. El hombre dice: «Señor, he esperado mucho tiempo este momento. Señálame la entrada.» Jesús le responde: «Hijo, para entrar al Reino deberás subir hasta donde estoy, usando el árbol que te entregue cuando iniciaste el camino hacia mi.»
El hombre lleno de vergüenza reconoció haberlo destruido y lloro amargamente su error. Despertó entonces de su profundo sueño, y agradecido con el Señor, regresó al bosque aquel para tomar su cruz y llevarla entera al Reino de los Cielos.

 

El Cursillo es la reunión de un grupo de personas, de 25 a 30,  (más los Dirigentes), en un mismo lugar, aislados de su vida cotidiana durante tres días, donde en vivo y en directo, se viven y se conviven una realidades evangélicas hechas vida en los Dirigentes que se esfuerzan de verdad por vivirlas y se desviven para encarnarlas.

El Cursillo es la evidencia de un triple encuentro: consigo mismo, con Cristo y con los hermanos. Manifestándose y proclamándose en una conducta, allí puede probarse y comprobarse que la verdad vibra en el corazón del hombre ante los valores cristianos, cuando éstos son vividos en plenitud y ofrecidos en gratuidad.

El Cursillo proporciona al que asiste y atiende con la disposición debida que consiste en aportar su ilusión, su entrega y su espíritu de caridad, el clima y el medio para: aceptarse como uno es, comprender que puede ser mejor, y hacer el camino en compañía.

Cursillo es la abreviación de Cursillo de Cristiandad (se refiere a un curso en vista de formar una cristiandad). Sin embargo, no se trata de un curso teórico, ni de un retiro espiritual.  Es, ante todo, una experiencia de vida. Una experiencia formidable que conduce a descubrir lo fundamental cristiano, para vivirlo mejor.